jueves, 26 de noviembre de 2009

GRACIAS SEGOVIA POR SEGUIR SIENDO SEGOVIA

Imagen del señorial jardín que rodea el Alcázar de Segovia, fotografiado de lo alto. Abajo Rómulo y Remo frente al acueducto. Fotos: Literatambo.

Por Jose Carlos Contreras Azaña

Estuve la primera vez en Segovia un día antes del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York. Recuerdo intensamente ese 10 de setiembre de sol, caminando por una ciudad llena de turistas y arropada por la fama de su acueducto. Al día siguiente volví a Alemania. En el aeropuerto de Frankfurt me sorprendió ver el tablero electrónico con casi todos los vuelos cancelados. Había un ambiente raro en el recinto, con policías que se desplazaban a toda prisa. Recién cuando iba en el Intercity (el tren rápido alemán) rumbo a Karlsruhe un pasajero en el bar nos contó lo que había ocurrido. Ese recuerdo me desgarra un jirón de mis vestiduras cuando pienso en Segovia, una ciudad donde se come bien, y a la que he vuelto este año como el hijo que retorna a su redil después de una larga caminata mundana.


Pero esta vez Segovia me ha reparado sorpresas. Ahora la Estación de trenes está ubicada a unos kilómetros de la ciudad. Desde allí se transporta a los pasajeros en buses al centro de Segovia. Te dejan justamente delante del Acueducto. Esa maravilla arquitectónica que fascina a todo el mundo.


En esta ocasión he visto a Segovia vacía (1). Su Alcázar no tenía la afluencia de turistas de hace unos años. En lo alto de ese monumento apenas éramos cuatro los que fotografiábamos como curiosos la campiña segoviana. Por lo demás, las calles siguen siendo las mismas, osea que no han sufrido el daño del desarrollo urbanístico, el que muchas veces en vez de embellecer a una ciudad, la afea.

Esta vez, lo que más me ha llamado la atención ha sido su comida. Como soy un gran tragón de todo lo que se me aparezca con pinta de delirios, no me aguanto y me lo zampo al estómago ¿cómo Sancho Panza?. Eso también me ha llamado la atención, ver la cantidad de recuerdos que venden sobre Don Quijote y su escudero. Tengo una foto del Yelmo de Mambrino que colgaba orgullasemente de un negocio para turistas. Allí compré las estatuillas del caballero de la triste figura y Sancho Panza, para Arthur. Arthur ha jugado mucho con ellos, hasta que a Don Quijote se le rompió el cuerpo entero. Ahora ha quedado Sancho en pie. Arthur a sus dos años juega a los molinos de viento que veía el caballero: producto de las muchas veces que le he relatado historias del libro más hermoso en lengua castellana.


Me estoy yendo por la tangente, decía que esta vez me ha llamado la atención la comida, porque en nuestro trajín de conocer todas las callecitas de Segovia nos tropezamos a la hora del hambre con un restaurante de comida sefardí (2) que se encuentra en la judería segoviana. Su camamero nos invitó amablemente a pasar y degustar sus sopas castellanas y segundos a base de judiones, cochinillo, solomillo ibérico, bacalao y sus postres. Yo me quedé enamorado de todo, del vino y del agua, pero sin duda alguna, de su postre. ¡Madona mía!. Qué delicioso. Hasta le hice una foto.


Como ven, los recuerdos vuelven a pesar que el tiempo apremia. Segovia fue un hermoso reencuentro veraniego. Espero volver, y no sólo a comer cochinillo, porque Segovia no es solo cochinillo, sino un reino de hortalizas y verduras acicaladas por postres deliciosos. Además Segovia no es sólo el Acueducto o su catedral, sino también sus calles y parques, y sobre todo, su campiña, que invitan al viajero a deleitarse de los campos de Castilla y León.

Me hubiera encantado enseñarle todo esto a Arthur. Pero ya habrá tiempo. Con el periplo del año pasado por las costas del Pacífico, Machu Picchu y la meseta del Collao hasta el lago Titicaca es un gran paso a sus dos calendarios. Gracias Segovia por abrirme, por abrirnos la puerta de tu corazón.

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